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Patricia Ojeda, madre de un niño con discapacidades, habla sobre una transición difícil para su hijo y las estrategias que puso en práctica. (tiempo de funcionamiento: 2 min. 17 sec.).
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El primer día que lo dejamos en el colegio, había una multitud de niños, una campana y muchas maestras que le dijeron “quédate con nosotros”. Así es que le entregué mi niño a la maestra, a la amable maestra, pero aun así yo estaba muy ansiosa y entonces se quedó ahí y se puso a llorar y llorar y las maestras me dijeron que me fuera y me fui. Fuimos a un café que quedaba cerca a esperar la hora de ir a buscarlo. Realmente pensé que me iba a desmayar porque estaba muy ansiosa respecto a lo que iba a pasar y cómo se iba a sentir, si iba a sentir que su mamá ya no estaba y todas esas ansiedades. Así es que traté de ayudarlo a entender que no iba a estar solo y que iba a volver a la casa después de la jornada escolar. Pedí permiso para tomar fotos de varias partes de la escuela, tales como la entrada y su salón y lo que tienen para organizar su clase, varios espacios que tienen, y al final le saqué una foto en que volvía en el autobús y de mamá esperándolo. Creo que eso realmente le sirvió. Le encantan las fotos y el álbum de fotos y eso le dio la confianza de que regresaría a casa. Probablemente deberían, si pueden, reunirse con la familia en persona porque nosotros, yo recuerdo que tuvieron un día de apertura al público y pudimos hablar y ver, pero no es lo mismo. Si vinieran a la casa sería fantástico. Porque no es lo mismo ir a un lugar en que uno es el desconocido a que ellos vayan a la casa y vean aquello a lo que el niño ha estado expuesto antes de ir a la escuela. En todos los sentidos, lo que es su ambiente, lo que le gusta, el idioma que se habla en casa, lo que entiende.
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